Esta es la historia de un pintor. Pero no un pintor cualquiera, no. Un pintor chiquito, chiquito, chiquito. Tan chiquito, que nunca, hasta ahora, había encontrado un caballete y lienzo que sirvieran a su tamaño. Al final, descubrió el mejor lugar para empezar a plasmar sus obras: los cachetes.

Cada noche escogía una casa diferente y caminaba hacia ella, se metía en el cuarto de los niños más pequeños y, durante toda la noche, se dedicaba a pintar, pintar y pintar en las pieles de las más suaves texturas que en su vida hubiera podido encontrar.

Esta es la historia de como Gabriel, nuestro pintor, se encariñó con Florentina. 

Con una diferencia de edad casi abismal: Gabriel, nuestro minúsculo pintor, tenía treinta y tres años (aunque su estatura nos contara lo contrario), y Florentina, nuestra hermosa niña a quién Gabriel escogió como lienzo favorito, gozaba de unos bonitos siete años.

Los siete años le saltaban a la vista. Ojitos carentes de preocupaciones, cabello rizado y negro que se recostaba con agilidad en su espalda, sonrisa picaresca con un diente flojo incluído. Pero lo que más le gustó a Gabriel de Florentina, fueron sus pecas, localizadas en sus pómulos. Eran tantas, que contarlas resultaba imposible, unas eran más cafesitas que otras, algunas más grandes, otras más pequeñitas, pero en conjunto formaban un gran espectáculo sin tener que asistir muy lejos. Las pecas parecía que bailaran solas. Florentina, con su curiosidad de conocer todo cuanto se encontraba a su alrededor, brincaba, molestaba, saltaba, se mojaba, se ensuciaba, y sus pecas las seguían en toda peripecia como si disfrutaran de aquel nuevo conocer, de ese mundo que se mostraba ante ellas. 

Florentina estaba en tercero de primaria pero siempre soñó con ser más grande. Le gustaba saber, saber y saber aún más, todo en su mundo era un constante cuestionamiento.

Florentina no sabía de la existencia de Gabriel hasta una noche en la que la luna estaba sonriendo. 

Gabriel llegó a casa de Florentina con la intención de meterse al cuarto de su hermano de cinco años, resultó en la ventana equivocada y fue a dar al cuarto más rosado que había visto en sus días de trabajo. Silla rosada, pared rosada, adornos rosados, ropa rosada, zapatos rosados... sintió casi ahogarse entre tanto rosado hasta que vio a Florentina. La paz con la que dormía lo conmovió inmediatamente, era como si su piel, blanquita, resaltara entre ese color monótono del cual estaba rodeada. Aquella nenita dormitaba como si nunca fuera a despertarse. Su respiración tenía un ritmo lento, sus gestos eran apasibles, síntomas de un sueño profundo y tranquilo. Gabriel se sintió feliz. Nunca una visión de una niña durmiendo le había generado tanta paz. Su primer impulso, incluso antes de pintarle los cachetes, fue dormir junto a ella. Aunque le causaba un poquitín de nervios hacerlo puesto que era pequeñito mas no invisible, sus ganas le pudieron y terminó deslizándose en la almohada de Florentina como quién siempre ha dormido con ella. Fue la mejor noche de su vida. Nunca había visto a aquella niña y menos dormido con ella, sin embargo, se sintió tranquilo, como si todo marchara bien, se sintió pleno, completo. Durmió plácidamente.

Al otro día se despertó y su primera visión matutina fueron unos ojos negros, negrísimos que lo miraban. Se asustó. Florentina también se asustó al ver a Gabriel dar un respingo. Pero vos quién sos, emmm..., respondeme, yo soy Gabriel, y quién es Gabriel, pues yo, no me digás. Gabriel respiró y prosiguió a contarle cómo había terminado durmiendo con ella en su cama. Bueno, yo te creo, ¿enserio?, sí, ah bueno, sólo tengo una pregunta más, decime, ¿por qué sos tan chiquito?. Gabriel nunca había dado respuesta a esa pregunta, quizá porque nunca se la habían formulado. No sé nena... yo siempre he sido chiquito, desde que tengo memoria. No hay un por qué ni una explicación lógica. Yo nací así. Ahhh, bueno, ¿cómo te llamás? Gabriel, ¿y vos? Florentina. Mucho gusto. El apretón de manos fue bastante gracioso, las manitos de Gabriel se perdieron en las de Florentina y al final optaron por que él le apretara un dedo, haciendo caso omiso de que no fuera el mismo gesto. Gabriel le contó a Florentina de su trabajo como pintor de cachetes y de cómo entró en su casa con la intensión de pintárselos a su hermano pero que terminó entrando por la ventana equivocada. Florentina se sonrojó y le dijo que a ella no le molestaría que le pintara los cachetes. Ahí fue cuand Gabriel reparó en sus pequitas espectaculares, las que se movían al mismo tiempo que sus gestos de sorpresa o preocupación según avanzaba la historia de aquel pintor. 

Terminaron cayéndose muy bien el uno al otro. Gabriel, cada noche, dormía una que otra hora al lado de Florentina y, en la madrugada, le pintaba los cachetes. Florentina partía hacia el colegio junto a Gabriel con la carita hecha toda una obra de arte, su piel parecía ser el lienzo perfecto. Gabriel la acompañaba en la mochila, recibía las clases con ella y le hacía todo tipo de favores. Con el favor de ir a los de grados más grandes comenzó todo. Florentina, que siempre era ávida de conocimiento, le pedía el favor a Gabriel de que fuera a los salones de las nenas más grandes del colegio, y le contara lo que veían en clase de lenguaje. Gabriel, con tanto cariño que le cogió, le hacía el favor con el mayor de los gustos. Las primeras semanas las clases de las nenas más grandes se basaron en construcción de textos, lecturas de los mismos delante de las compañeras de clase y, como siempre, los comentarios después de leer. Explicaciones de la Edad Media, características de la misma... preparaciones para el día del idioma... cosas como estas eran las historias de Gabriel cada noche para Florentina. Diariamente, antes de acostarse, el pequeño pintor se paraba en las rodillas de Florentina y le hacía la representación de la profesora de la clase de lenguaje, de sus explicaciones y gestos. Florentina lo seguía con sus pecas.

Así pasaban los días de Gabriel y Florentina. Ya estaban en Abril y las nenas grandes del colegio pasaron al Renacimiento. Gabriel le explicaba a Florentina los cambios sociales que se dieron, especialmente con lo de Dios: en la Edad Media dicho personaje era lo más importante y ahora, en el Renacimiento, se empezó a creer más en el hombre y en sus capacidades. Florentina le preguntaba a Gabriel cómo el sabía todo eso, que si había estado allá, a lo que Gabriel le contestaba un no nenita, la profe enseña eso en el salón de las nenas grandes, ¿te acordás que me lo pediste? Y Florentina le decía que sí, que si se acordaba pero que no importaba, que ella quería imaginarse a Gabriel en esa época, pintando cachetes de gente renacentista, humanista. 

Florentina escuchaba con ansias. Su humor cambiaba depende de las historias que salieran de los labios de Gabriel. Por ejemplo, siempre le dio mucha rabia el hecho de que la mayoría de nenas grandes hicieran una tarea de artes en plena clase de Lenguaje, en la que tenían que hacer un taller del Renacimiento. ¡Es que no me parece! le decía enojada a Gabriel. Eso no se hace nené. Si nenita, le respondía Gabriel, pero entendé, son las nenas grandes. Tienen que hacer más cosas en la casa y en su vida que vos, a lo mejor no les queda tiempo para hacer una tarea de artes. ¡Tiempo! exclamaba Florentina, Gabriel, decime, ¿qué es el tiempo? Tiempo es lo que abunda... Y ahí se adentraba Florentina en sus pensamientos, en sus sueños. Gabriel nunca pensó que a sus seis años Florentina saliera con esa clase de cosas, de teorías, de comentarios. ¿Así son todas las nenas a los seis? Se cuestionaba constantemente. 

Llegó la semana santa mejor conocida como vacaciones. Florentina de religión no sabía casi nada. Sus padres siempre fueron muy abiertos con respecto al tema, y no le habían inculcado nada. Vamos a dejar que ella decida solita, decían. Florentina y Gabriel explotaron su arte en esa semana de vacaciones. Cada noche el pequeño pintor ideaba cosas nuevas para plasmar en la cara de su obra de arte predilecta. Cada día la nena de seis años amanecía con figuras nuevas, desde mariposas cuyas alas se extendían en el ancho de sus ojitos, hasta simplemente curvas, muchas curvas que enmarcaban sus líneas de expresión. Pero siempre, siempre, lo que resaltaban eran sus pecas. Pequitas brinconas y bailarinas, que le daban vida al óleo que las rodeaba. 

Después de las vacaciones empezó la semana de recuperación en el colegio, Florentina, como era una nena muy aplicada, no tenía que hacer nada, pero su afán por saber cómo eran las nenas grandes era insaciable, así que Gabriel, en su complacencia, fue a ver qué tal le había ido a las nenas grandes. Vio y le contó a Florentina cómo le entregaron a las nenas nos exámenes finales, cómo casi todo el mundo lo perdió, cómo nadie del salón había hecho un proyecto de lectura con los papás, y cómo la maestra se había enojado de forma infinita. Le contó como definieron la nota final, cómo las nenas que perdieron estaban asustadísimas por el taller de refuerzo, que era eterno. Le contó cómo fue una semana muy dura para todas las nenas desaplicadas, se tenían que poner pilas en muy poquito tiempo.

Luego empezó el segundo periodo, empezaron con pie derecho todas, cada una comprometida a participar del proyecto de lectura. Gabriel, a punto de patalear de la risa, le contó a Florentina una conversación entre dos nenas rizaditas, de sonrisa bonita, ¿vos vas a leer con tu mamá?, pues claro que no, cómo pensás eso, voy a hacerla posar para la foto. Florentina y Gabriel rieron sin parar al no creer posible que la profesora tuviera tanta ingenuidad como para no pensar en eso, ¡qué nena más boba!, ¡tenés razón!, Jajajaja.

Las figuras literarias fueron todo un reto para Florentina, Gabriel no supo como explicárselas, se preocupó incluso cuando la profesora empezó ese tema. A su pequeña pecosita no le entraba en la cabeza eso de las metáforas y onomatopeyas, No entiendo nada nené, Ya vas a entender, espera que la profe explique otro poquito o que las nenas lleven la tarea del poema y de todas las figuras literarias para que entiendas, espera y verás, ya casi, ya casi.

Por esos días había una nena muy triste, había terminado con su novio y la tristeza la invadía. Gabriel le contó a Florentina y ella supo de inmediato una posible solución: ¡Andá y le pintás la cara! Las pecas le brincaron como si conociera a la nena de toda la vida, como si ayudarla fuera lo más importante en este momento, como si no soportara ver a la gente triste ni sufriendo. 

Gabriel, ni corto ni perezoso, se coló en la maleta de Silvana, la nena triste y decaída de pelo corto y ondulado, y en la noche, hizo maravillas en sus mejillas. En la mañana, Silvana se levantó y por primera vez en dos días vio una maravilla frente al espejo.

Ahora el tema en las nenas grandes eran figuras literarias, pero a fondo. La profesora hizo un juego en clase para que se las aprendieran, e hizo que cada equipo de clase realizara otra propuesta de juego para entender y aprender las figuras literarias básicas.